Su estrategia fue observar lo que comían los monos para conseguir alimentos y realmente funcionó.
En enero del 2021 un piloto llamado Antonio Sena sufrió un accidente de avión en lo profundo de la Amazonía brasileña entre los estados de Pará y Amapá, donde se quedó atrapado por 36 días sobreviviendo con la ayuda de un machete improvisado y observado a los monos para alimentarse.
Todo empezó cuando Antonio estaba en la mitad de su ruta y repentinamente el motor de la aeronave dejó de funcionar y aunque logró mantener por un momento la dirección, terminó estrellándose en un riachuelo en medio de la selva. Antonio logró salir ileso del accidente y de inmediato buscó todos los víveres del avión: tres botellas de agua, doce panes, cuatro latas de refrescos, una cuerda y un saco de tela.
En una entrevista con EFE, Antonio comentó que al poco tiempo de agarrar los víveres, la aeronave explotó. “Pasé la primera noche e intenté asimilar todo lo que iba a suceder. Muchos años atrás había realizado un entrenamiento de supervivencia en la selva, en la época en la que trabajaba para otra empresa de taxi aéreo”. Y tal como había aprendido, Antonio se quedó los primeros siete días en el lugar del accidente en espera de equipos de rescate, sin embargo ellos nunca llegaron y relató que en el quinto día, grabó un video de despedida para su familia.
“Esa noche decidí hablar con Dios. Le dije: ‘si tu voluntad es que encuentre a mi familia, dame fuerza, porque yo lo he intentado solo y no lo he conseguido. Parece que funcionó”. Y relató que al día siguiente empezó a pensar en un plan para lograr salvarse. “En el octavo día agarré todas mis cosas y comencé a caminar hacia el este. ‘Aquí no voy a morir’, me dije. ‘No voy a morir’ “.
Y bajo esa determinación caminó por la selva amazónica, que describe como ‘un gran organismo vivo pulsante’ y con la ayuda de un machete que elaboró con un trozo de madera, una navaja y un cuchillo, creó una rutina: cada mañana se despertaba con la luz del amanecer y caminaba durante horas dirigiéndose hacia el sol y después del medio día se detenía y buscaba un sitio para acampar evitando estar cerca de los ríos para prevenir un encuentro con los predadores de la Amazonía como el jaguar, el yacaré y la anaconda.
Adicionalmente, Antonio relató que cuando llegaba la noche su miedo crecía “Los primeros días, principalmente por la noche, tenía mucho miedo. Es cuando la selva se manifiesta. Hay muchos ruidos desconocidos y como no los reconoces parecen despertar tus miedos más íntimos. Con el tiempo empecé a reconocer algunos ruidos. Es impresionante como la selva te engaña”.
Además de la carga mental de todo lo que estaba sucediendo, Antonio tenía que enfrentarse a otro problema: la búsqueda de alimentos, después de que se le acabaron los víveres que tenía. Y relató que recurrió a la naturaleza pero su enigma era ¿Cómo reconocer si los frutos eran venenosos o no? “No encontraba las frutas que hay en el mercado: banana, mango, piña. No hay nada de eso en medio de la selva. Empecé a observar pequeñas frutas blancas y no sabía lo que era. Vi que caían de los árboles porque los monos los movían. Ví que ellos comían. Si los monos comen, es bueno”.
Posteriormente, Antonio aprendió que el fruto blanco se llama breu y se utiliza con mucha frecuencia en la industria cosmética. Además de ese alimento, también relató que en cuatro ocasiones encontró cacao y tres huevos de bambú, un ave muy común en la Amazonía. Sin embargo, estos alimentos no eran suficientes para mantener su energía y en los 36 días que pasó en la selva, perdió 25 kilos.
La odisea de Antonio estaba cerca de acabar cuando aproximadamente en el día 30, empezó a escuchar el ruido de una sierra y aunque estaba muy debilitado por los calambres y la pérdida de visión, entre otros síntomas, decidió hacer el último esfuerzo y se dirigió hacia ese sonido. Posteriormente, atravesó un pantano y un río y continuó su camino por la selva hasta que a lo lejos pudo visualizar una lona blanca.
Después de varios kilómetros de caminata, Antonio llegó hasta el hombre que había estado usando la sierra en esos días y relató que cuando llegó “Me miró muy asustado. Se quedó parado, con las castañas en la mano”. Se trataba de un recolector de castañas que trabajaba con un grupo de personas en esa parte de la Amazonía y gracias a este encuentro, los hombres pudieron avisar a las autoridades y después de 36 días de su accidente, Antonio fue rescatado por un equipo de Graesp del gobierno de Pará.
Finalmente, Antonio relató que el rescate puso fin a su odisea y a la de su familia que estaba desesperada por encontrarlo. “Mis hermanos no desistieron en ningún momento, siempre creyeron que estaba vivo. Yo sentí su fuerza. No desistieron”. Después de unos días del rescate, Antonio sobrevoló nuevamente el lugar de su accidente y contó que escribirá su historia en un libro titulado “36 días: la saga del piloto de avión que cayó en la Amazonía y se reencontró con Dios”.