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La historia que muy pocos conocen de la persona más inteligente que ha existido

Probablemente no has escuchado sobre él pero era un verdadero genio. 

Albert Einstein tenía un coeficiente intelectual estimado de 160, por su parte, Isaac Newton tenía un estimado de 190 y el coeficiente intelectual de Mark Zuckerberg es de 152. Todos ellos son conocidos por ser genios que han existido en el mundo. Sin embargo, existió una persona cuyo coeficiente intelectual se decía que estaba entre 250 y 300 (el rango de una persona normal se encuentra entre 90 y 110).

William James Sidis fue un niño prodigio estadounidense nacido el 1 de abril de 1898. Desde pequeño mostró sorprendentes habilidades intelectuales, especialmente en matemáticas y en el dominio de diversas lenguas. Se convirtió en la persona más inteligente de la que se tenga registro en la historia. 



Su padre, Boris Sidis, fue un médico psiquiatra y filósofo ejemplar que obtuvo 4 grados de Harvard y su madre, Sarah Mandelbaun, se graduó de medicina. Como sus padres eran muy inteligentes, se esperaba que William fuera brillante también, pero su inteligencia resultó ser extraordinaria. 

Con tan solo 18 meses, podía leer The New York Times. A los 8 años aprendió latín, griego, francés, ruso, alemán, hebreo, turco y armenio. Además, a los 8 años inventó su propio idioma llamado vendergood basado sobre todo en el latín y el griego, pero también incluyó elementos del alemán, del francés y otras lenguas románicas. 



Su padre, consciente de su inteligencia, intentó inscribirlo en Harvard, pero fue rechazado ya que solo tenía 9 años en ese momento. Dos años después, el instituto aceptó a William se convirtió en la persona más joven en ser admitida en Harvard en 1909. En 1910, su conocimiento de las matemáticas alcanzó su punto máximo y comenzó a dar conferencias a sus profesores, ganándose el título de “niño prodigio”. Terminó su licenciatura en artes a la edad de 16 años. 

Poco después de su graduación, William le comentó a periodistas, quienes estaban interesados en su vida, que deseaba vivir una vida “perfecta”, que según él, era de reclusión. De igual manera, dijo que no tenía la intención de nunca casarse ya que no se sentía atraido por las mujeres. 

Además de la fama no deseada, su decisión también reflejó la presión que enfrentó desde su nacimiento. Su padre aplicó sus propios enfoques psicológicos para criar a su hijo y lo llevó a su límite. Aunque a William le fascinaba aprender de niño, su opinión cambió cuando era adulto y culpó a su padre por ello. 



William decidió mantener un perfil bajo trabajando en empleos administrativos de baja remuneración. En 1924, periodistas lo presionaban y se burlaron de su inteligencia afirmaron que ya no era capaz de hacer lo que hizo cuando era niño. Lo que casi nadie sabía es que a lo largo de su vida, William escribió varios libros valiosos utilizando diferentes seudónimos. Además, la comunidad científica lo marginó por ser ateo y socialista.

William pasó su vida destrozado y completamente solo. Se separó de su familia, trabajó como maquinista e hizo pequeños trabajos para llegar a fin de mes. La persona que pudo haber cambiado el mundo falleció a los 46 años sin ningún reconocimiento de la sociedad.